El Coronavirus ha terminado con la vida de 90 argentinos. Las infecciones alcanzan a 2152. La difusión del Gobierno es sentenciosa: “Quedarse en casa y lavarse las manos” de forma periódica para amedrentar el espectro de la inoculación.

 Por este lado la avenida Libertador de la ciudad de Buenos Aires, donde impera la comodidad, el aislamiento social y obligatorio se obedece a rajatabla.  Del otro lado de una de las avenidas más concurridas y coquetas de la Ciudad, el encargo de las autoridades se vuelve ilusoria. En la  “Villa 31” existen cerca de  30.000 vecinos, mas de la mitad de su urbe son inmigrantes de Latinoamérica, en medio de diferentes amenazas: se puede recibir una descarga eléctrica o absorber una bala. Entre sus calles grises y enmarañadas, muy cerca del centro financiero y muy lejano de toda esperanza sobran el paco y la escualidez, vaga el narcotráfico y palpita el riesgo del femicidio. Los vecinos de “la villa 31” transitan sus días de encierro totalmente amontonados. A veces son 10 o  más los que se acumulan en dos piezas de ladrillo. No logran subsistir un día entre esos muros y en ocasiones no tienen el agua a su alcance. Las potestades convinieron reescribir para ellos la señal pública: en lugar de “quédate en tu casa” se les solicita que, si salen de las habitaciones no dejen ese barrio de casas sin concluir, mercaditos y otras zonas más encubiertas del enredo y los productos hurtados. Gendarmería comenzó a llevarles dosis alimentarias.

Alrededor de  300.000 personas  se albergan como pueden en las distintas “villa miseria” que se imparten a lo largo y ancho de una ciudad con 13 médicos por cada 1000 habitantes. La situación se agrava en la periferia de Buenos Aires así como en la ciudad de Rosario, la cuna de Leo Messi, y las provincias de Córdoba, Misiones, Salta y Neuquén. La ONG sin Techo calcula que casi tres millones de personas moran en esas condiciones en Argentina y son por estas horas las más indefensas al avance del COVID-19.

ALTERNATIVAS DEL AISLAMIENTO

La disposición del presidente Alberto Fernández de dilatar la cuarentena obligatoria hasta el 26 de abril simboliza otro garrafal inconveniente para los “villeros. En su gran totalidad conciernen al mundo del trabajo informal y, con el aislamiento, han dejado de captar dinero. A veces se exhiben a salir a buscar alimento a un comedor comunitario, adquirir un paquete de galletitas con los billetes que les duraron o hacer un trabajo menor. La policía no los suele tratar con gentileza. Predominan las denuncias de palizas y otras embestidas.

El Gobierno ha nivelado a esas muchedumbres precarizadas con un subsidio económico que se añade a los beneficios sociales anteriores por cada hijo. El hecho de ir a recaudar las asistencias estatales encarna una amenaza al desempeño de las restricciones sanitarias. Hombres solos, madres con sus descendencias pequeñas, no titubean en hacer colas frente a los bancos muchas horas antes de que comience la atención. El desvelo aplica la lógica de la concurrencia. Por el momento se desconoce si el virus ha entrado a las “villas” donde la emergencia sanitaria se sobrepone con la social.  Los guías comunitarios  y los llamados “curas villeros” velan apuradamente para retrasar ese espacio tan temido. Conversan con los vecinos, exponen cuáles son los peligros y señales, les traen un alimento caliente, solicitan la necesidad de la limpieza.  La gran inquietud de médicos y autoridades tiene que ver con el “día después” a la  primera infección. Para eso se acomodan en una carrera contra el tiempo endureciendo una infraestructura hospitalaria disminuida por años de ajuste en el presupuesto.

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