En la esquina de Marcelo Torcuato de Alvear y Azcuénaga, en pleno barrio de Hospitales, se encuentra un local que ha permanecido casi intacto a lo largo de las décadas. Este lugar es frecuentado por vecinos, profesionales de la salud, estudiantes universitarios y, por supuesto, amantes de la gastronomía porteña, quienes pueden encontrar en su heladera mostrador verdaderas delicias.

Buenos Aires es una ciudad que cuenta con 48 barrios oficiales, pero en el imaginario popular existen muchos otros sub-barrios —un centenar, como solía decir Alberto Castillo—, definidos por la proximidad a grandes edificios o plazas emblemáticas, como Congreso o Once. En algunos casos, incluso se crean pequeños territorios dentro de estos sub-barrios. Un claro ejemplo de esto es Hospitales, un rincón de Barrio Norte que, a su vez, pertenece a Recoleta. Hoy, 3 de noviembre, Día Mundial del Sándwich, la efeméride invita a contar la historia del Café-Bar La Cigüeña, situado precisamente en la esquina de Marcelo T. de Alvear y Azcuénaga, en el epicentro de Hospitales.

Existen ciertos cafés que son reconocidos por su cercanía a hospitales y clínicas privadas, y La Cigüeña es uno de esos ejemplos perfectos. Su clientela refleja esta particularidad: médicos, visitadores médicos, enfermeras, pacientes y familiares que se acercan tras las visitas para disfrutar de algo de comer y, de alguna manera, aferrarse a la vida. El Café-Bar La Cigüeña abrió sus puertas en 1969, y el nombre fue elegido por sus dueños españoles debido a la cercanía con el Instituto de Maternidad Pedro A. Pardo. Hoy, en el lugar que alguna vez ocupó la casa de partos, funcionan oficinas de la Facultad de Ciencias Sociales y la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Desde su apertura, La Cigüeña se ha mantenido prácticamente igual. El asturiano Tino, quien lleva adelante el negocio, continúa al mando, a sus 80 años. ¿Pero quién fue Pedro Antonio Pardo, el personaje que inspiró el nombre de este café? Nacido en Salta en 1829, Pardo fue un médico destacado que, entre otros logros, fundó la maternidad para la escuela de parteras y fue decano de la Facultad de Medicina. Pardo también tuvo una notable carrera política, desempeñándose como ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. De alguna forma, todo esto le daba sentido a la elección del nombre de La Cigüeña.

El café mantiene una estética auténtica. Sus mesas, de tapas verdes, combinan con el acolchado de las sillas. Las paredes interiores están revestidas en boiserie, mientras que las que dan a la calle son de vidrio, lo que permite observar a distancia los intercambios médicos en las caras de los clientes. Sin embargo, el objeto patrimonial más valioso de La Cigüeña es su toldo de chapa rojizo, que cubre la vereda y protege a los transeúntes. Este tipo de estructuras metálicas, tan características de la cultura cafetera porteña, prácticamente han desaparecido, especialmente en zonas céntricas. Dato interesante: el café abre a las 5 de la mañana, y Tino dice con una sonrisa: “Si no arranco a esa hora, no me rinde”. El horario de cierre es a las 8 de la noche.

¿Por qué hablamos de La Cigüeña en el Día del Sándwich? Porque este café se ha ganado una fama considerable como la esquina de los mejores sándwiches de Buenos Aires. Y no hablamos de un simple sándwich, sino de más de 50 variedades: pastrón, leber, anchoas, salmón, cantimpalo, panceta, boquerones, quesos y jamones de todo tipo, preparados en una variedad de panes. La heladera mostrador que los guarda parece una vitrina de joyas, digna de las avenidas más exclusivas del mundo.

Pero no todo en La Cigüeña son sus sándwiches. A lo largo de los años, los clientes del bar se han convertido en parte esencial del lugar. Y aquí es donde quiero compartir una historia personal que pocos conocen.

A fines de la primera década de este siglo, mi compañera Gabyn y yo habíamos probado, sin éxito, todos los tratamientos de fertilidad disponibles. Algunos de ellos los repetimos en más de una ocasión, sin resultados. Fue entonces que nos llegó un dato: en La Cigüeña atendía una bruja llamada Stella Maris, que supuestamente tenía la capacidad de ayudar a las parejas infértiles a concebir. Cargados de ilusiones y sueños, decidimos aventurarnos. Acompañados por una amiga que nos había dado la información, nos dirigimos hacia el café de Hospitales.

Al llegar, no hizo falta que nos indicaran quién era la famosa bruja. La reconocí inmediatamente. Allí, en una mesa contra la pared, estaba Nelly Estrella, la misma mujer que había conocido tiempo atrás en otro bar, La Canoa.

Nelly Estrella, apodada “Estrella” por su afición a la astrología, residía en el barrio de Parque Patricios, en un conjunto habitacional construido por el Banco Ciudad entre 1969 y 1971. Cuando la crisis de 2001 la dejó sin trabajo, Nelly tuvo que reinventarse. Con un Excel lleno de predicciones astrológicas y el gusto por los horóscopos, empezó a ofrecer lecturas de cartas astrales. Usaba un seudónimo elegante: Nelly Estrella – Astróloga. Se hizo famosa en su barrio, pero cuando cerró su local en La Canoa, se desvaneció del radar.

La conocí mientras ella trabajaba en La Canoa. El bar cerró un buen día, y cuando traté de contactarla, me respondía un mensaje grabado diciendo que el número ya no estaba en servicio. No volvimos a saber de ella hasta aquella mañana en La Cigüeña.

Cuando Gabyn y yo nos sentamos en una mesa, ella pidió un sándwich de leber completo, con un apetito que parecía responder más a un embarazo psicológico que a un deseo genuino de comer. Mientras esperábamos la comida, le conté a nuestra amiga sobre la falsa bruja. Justo en ese momento, Nelly Estrella se levantó. Gabyn, con la esperanza de no cargar con más frustraciones, llevó su sándwich hasta la mesa de Nelly.

“¡Hola! Pedí este sándwich con toda la ilusión del mundo, pero tengo que irme”, dijo Gabyn, y dejó el plato sobre la mesa. Nelly, al reconocerme, tomó el sándwich y le dio un enorme mordisco. Y así, salimos del bar, sin saber que esa sería la última vez que la veríamos.

Gabyn y yo nunca tuvimos hijos. Tampoco volvimos a comer el sándwich de leber. Sin embargo, cada vez que vemos uno en La Cigüeña, se nos hace agua la boca, y el recuerdo nos invade.

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