Si bien es verdad que el cuarto de las sogas era una de las dependencias más aisladas de las dependencias de las estancias, no por ello fue de las menos concurridas. Simples razones motivaron tal causa: la primera y más importante era que ese humilde rinconcito guardaba en si los enseres y útiles usados diariamente por sus moradores y, la segunda la de estar atendida por lo común por solo una persona, y esa persona ser el viejo trenzador…
El viejo soguero ejercía sobre el resto de los compañeros de faenas la autoridad propia del artista, creador de primorosas filigranas en cuero, aparte de la experiencia acabada de los que ruedan la pendiente de la vida, y regalándoles la palabra perfumada de sus narraciones picarescas, o la flor sangrante de sus penas…
¡El cuarto de las sogas! Al pensar en él evoco rústicas arcas, sencillos cofres que no por ello dejaban de ser celosos guardianes de la riqueza artística escondida en su vientre. Sus paredes y su rojiza techumbre cobijaron el más regio galardón del ingenio gaucho al atesorar, motivos del arte del trenzado que tanto desarrollo tuvo, en nuestro pueblo de antaño.
De uno de sus muros pendían lazos, boleadoras, bozales, todos engrasados debidamente, y aguardando sobados y suave, su hora oportuna en las yerras, el trabajo trocado en fiesta de los paisanos de aquella época. Estas prendas (reliquias actualmente) eran en aquel entonces, el producto de su dulce pasatiempo. Del otro lado colgaban iguales cosas pero reventadas, todas cortadas por la inexperiencia de algún mozo o la brutal sacudida de los animales bravíos. Algún ángulo sostenía los “fierros” de las tradicionales marcadas y otro el infaltable cajoncito con los trebejos del trenzador.
Las agudas aleznas en las respectivas vainas de cuero crudo y los cuchillos eternamente gastados por el noble acero y amolado filo semejante a las tranchetes, capaces de “cortar un pelo al aire” como decían los gauchos en su jerga pintoresca. Y los rollos de lonjas de varias especies, al amparo de los elementos atmosféricos, gruesas y delgadas, de un color o de otro pero, siempre en condiciones de prestarse a la habilidad prodigiosa de quien las empleare.
Y era de ver a esos viejecitos enjutos de manos temblorosas, sujetar del alero o de un clavo a la puerta del rancho la materia prima y adquirir como por encanto en un instante, la firmeza del pulso y la pasmosa seguridad en la diestra para empuñar el cuchillo y de un tajo exacto desprender un tiento de la lonja madre, tan delgado que se enrollaba en el aire en mil contorsiones y formando espirales en continuos temblequeos como resortes; poco más gruesos que hilos de seda y no más cortos que dos brazadas.
Fragmentos extraídos de El cuarto de las sogas / Mario A. López Osornio. Buenos Aires: Talleres Gráficos L. J. Rosso, 1935, 140 p.
Te invitamos a visitar la muestra En crudo | Cuero, tradición y diseño.
Lunes, miércoles, jueves y viernes de 13 a 19 h. Sábados, domingos y feriados de 10 a 20 h. Martes cerrado.
Termina el 14 de octubre de 2019. MAP Museo de Arte Popular José Hernández. Av. del Libertador 2373. Ciudad de Buenos Aires.
Las imágenes que acompañan la nota corresponden a piezas de la colección criolla de Carlos G. Daws (1870-1947) que desde 1949 forman parte del patrimonio del MAP José Hernández. Fotografías de Agustín Muguerza.
Glosario:
Bozal: parte del apero, aparejo de sogas que rodean el cuello, frente y hocico del caballo. Tiene como objetivo sujetar y conducir al animal.
Fiador: pieza del apero que rodea el cuello del caballo que remata en la garganta en una argolla donde va la soga que permite atar al animal al palenque o una estaca.
Manea: pieza para sujetar al caballo por sus manos – patas delanteras – o traseras.