En un nuevo aniversario de la masacre de Avellaneda, en la que fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán por el aparato represivo estatal, las organizaciones populares siguen reclamando justicia y exigiendo cárcel para los responsables intelectuales de las muertes. La reivindicación de esta lucha es un camino a seguir para lograr combatir la desigualdad y terminar con la impunidad política que reina desde hace más de una década.

El miércoles 26 de junio de 2002, seis meses después del estallido social que terminó con la presidencia de Fernando De La Rúa, organizaciones de desocupados y piqueteras decidieron cortar el puente Pueyrredón, en el marco de un plan de lucha contra el gobierno de Eduardo Duhalde y las políticas económicas que continuaban llevando desde hacía más de una década -por no decir desde la misma dictadura cívico-militar- cada vez más gente a la pobreza.

El corte de calle, rutas y autopistas, los denominados piquetes, ya eran en ese entonces una herramienta de larga data en la lucha popular en Argentina. En el 2002, la represión en la estación ex Avellaneda -ahora llamada por ley “Darío y Maxi”- se convertía en un símbolo de las protestas contra el neoliberalismo y sus políticas de ajuste que siempre van en contra de los sectores más vulnerables para llenar los bolsillos de los mismos de siempre.

Maximiliano Kosteki, de 25 años, y Darío Santillán, de 22 años, fueron asesinados por la policía. Si bien sus autores materiales fueron condenados, el reclamo persiste porque los responsables políticos aún no han pagado los costos de la masacre.

En esa movilización, Maximiliano Kosteki, de 25 años, y Darío Santillán, de 22 años, fueron asesinados por la policía.Si bien sus autores materiales fueron condenados, el reclamo persiste porque los responsables políticos aún no han pagado los costos de la masacre. Ambos fueron militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) en distintas localidades. No se conocían. Pero creían en el cambio social desde abajo. Sufrir las políticas económicas en carne propia, en sus barrios, junto a sus ideales, hicieron que ambos se encuentren en la jornada del 26 de junio de 2002.

Ese día, en el medio de la brutal represión, Darío Santillán entró a la estación de trenes de Avellaneda para auxiliar a Maximiliano Kosteki, que ya agonizaba por los disparos de plomo. Santillán no pudo hacer mucho y tres efectivos de la Policía Bonaerense lo obligaron a irse con armas en mano. En esa retirada, recibió balazos en la espalda y cayó malherido a pocos metros.

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