Era el sector más olvidado de la ciudad. Pocos se animaban a transitarlo. Las ratas dominaban la escena. Suciedad, desolación y peligro eran denominadores comunes.
Alguien pensó que en esa tierra olvidada podía existir un gran negocio. Las primeras presentaciones del proyecto recibían escepticismo o burlas. Eran pocos los que creían que ese plan fuera a prosperar. Treinta años después de esos primeros movimientos, Puerto Madero ostenta la doble condición de ser el barrio más joven y más caro de la ciudad. Cabe destacar: Parque Chas fue reconocido después pero su existencia es muy anterior.
El sábado, un tuit del ex presidente y actual senador Carlos Menem recordó el día en que fue nombrado como el nuevo barrio de la ciudad, convirtiéndose así en el número 47. Al parecer, lo de los 100 barrios era una exageración de Alberto Castillo. El Community Managerde la cuenta de Menem subió en dos videos el discurso y el momento del simbólico corte de cinta.
Se lo ve también al jefe de Gobierno de la entonces flamante Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Fernando de la Rúa, a quien Menem le agradece por su labor al tiempo que destaca que dos administraciones de distinto signo político como la local y la nacional hubieran trabajado tan eficientemente en función del proyecto.
Una rareza que desde Twitter, Menem (o quienes le manejan la cuenta) destaquen un logro de gobierno sin un aniversario redondo de por medio, sin que se cruce una efeméride significativa. A tres décadas de su lanzamiento, el desarrollo del barrio debe reconocerse como un éxito de gestión.
Esas tierras cercanas al río que estaban abandonadas y albergaban edificaciones que habían servido para almacenar granos a principio del siglo XX se restauraron y se convirtieron en edificios de oficinas, viviendas, universidades y locales gastronómicos.
Cientos de hectáreas inhabitables se convirtieron en hogar, lugar de trabajo y de esparcimiento de miles de personas. La zona es punto de parada inevitable para los extranjeros. Las ratas fueron desplazadas y allí donde moraba la desidia se asientan grandes rascacielos. Un largo camino explica la transformación.
Esas tierras cercanas al río que estaban abandonadas y albergaban edificaciones que habían servido para almacenar granos a principio del siglo XX se restauraron y se convirtieron en edificios de oficinas, viviendas, universidades y locales gastronómicos.
Cientos de hectáreas inhabitables se convirtieron en hogar, lugar de trabajo y de esparcimiento de miles de personas. La zona es punto de parada inevitable para los extranjeros. Las ratas fueron desplazadas y allí donde moraba la desidia se asientan grandes rascacielos. Un largo camino explica la transformación.
La discusión por el Puerto de Buenos Aires se extendió durante muchos años y tuvo dos actores principales con posturas antagónicas. Por un lado estaba Eduardo Madero, un importante comerciante y sobrino del entonces vicepresidente de la Nación; por el otro, el Ingeniero Luis Huergo.
No eran los únicos proyectos en danza pero sí los de mayores posibilidades de viabilización y con los autores más pertinaces. Huergo y Madero llevaban presentados, al menos, tres proyectos cada uno.
Todos fueron rechazados, hasta la decisión de Julio Argentino Roca en 1882 . Ampliar el Puerto de Buenos Aires era una necesidad imperiosa, pero los legisladores no se ponían de acuerdo. De hecho, una vez que se eligió el proyecto de Eduardo Madero hubo quejas y denuncias sobre la manera en que se aprobó el proyecto en el Congreso.
Un estudio inglés de gran fama se encargó de los planos finales. El ingeniero Huergo sostenía que el proyecto elegido no era eficiente y no miraba hacia el futuro. El tiempo le dio la razón.
Tan solo veinte años después hubo que hacer otras instalaciones portuarias. Otra vez la discusión. Parecía que los dirigentes se habían inclinado por la ampliación y así fue, al aprobarse esta en 1905. Pero en 1908 se optó por hacer algo nuevo. Se empezó a trabajar en 1911 y recién se inauguró el puerto imaginado por Huergo en 1921.
Las otras instalaciones habían quedado desactualizadas e insuficientes en apenas dos décadas. Los edificios de ladrillos y toda la zona del proyecto de Madero fueron siendo olvidadas. Y así permanecieron durante más de seis décadas.
En 1989, mientras el país luchaba contra la hiperinflación, el Gobierno Nacional y la Municipalidad de Buenos Aires pusieron en marcha la Corporación Puerto Madero. Previo a la reforma constitucional de 1994 el intendente de la ciudad era elegido por el presidente. En ese momento era el cuestionado Carlos Grosso.
Parecía otro de los proyectos faraónicos e inalcanzables en los que de tanto en tanto nos embarcamos los argentinos. La primera parte de la obra se ejecutó en los Docks, esos edificios de ladrillo colorado que habían servido de depósitos hacía años y que recorren la actual Alicia Moreau de Justo desde Córdoba hasta Brasil.
En los locales a la calle se pusieron los más variados restaurantes y sobre ellos, en los pisos superiores se reacondicionaron los otros pisos como modernas oficinas o edificios de viviendas en los que predominaban los lofts. En los docks del fondo, la Universidad Católica Argentina puso a funcionar algunas de sus carreras. Con los años se extendería a varios edificios más.
De entrada se produjo un extraordinario boom comercial. El polo gastronómico parecía invencible. Luego, mientras el uno a uno tambaleaba, la burbuja se fue desinflando y la acumulación de restaurantes produjo que varios debieran cerrar.
La Corporación, no obstante, ya había parcelado y vendido todo el resto del nuevo barrio. Es decir, la zona que quedaba detrás del dique, a la que se accede cruzando los puentes; esa franja que está entre las dos líneas de agua, la que queda entre Alicia Moreau de Justo y la Costanera Sur.
Algunos compraron mientras se cavaban los pozos; la cercanía de la Reserva Ecológica y la tranquilidad eran los mayores atractivos. Esos primeros inversores hicieron un gran negocio: esas propiedades con el tiempo llegaron a quintuplicar su valor. La crisis del 2001 encontró a varios de estas construcciones pioneras a medio hacer.
Los planes se demoraron y la incertidumbre creció. Pero una vez que volvió a ponerse en marcha la construcción ya nada detuvo a puerto Madero. El Hotel Hilton, Alan Faena y sus proyectos estuvieron entre los primeros que se mudaron definitivamente allí.
Ya corrían los años 2003/2004 y se podía cruzar de punta a punta la avenida Juana Manso en menos de tres minutos. En la mayoría de las intersecciones no había semáforos y los que existían rara vez se respetaban porque las calles laterales estaban cerradas por las construcciones.
Eran pocos todavía los edificios en pie y habitables. Todo estaba en obra. Los terrenos pendientes se fueron vendiendo y en cada uno se comenzó un edificio. Sobre el fondo, llegando al río, en la continuación de la Avenida Belgrano empezaron a crecer las torres. Cada año el récord del edificio más alto de la ciudad iba cambiando de dueño.
En las calles interiores la presencia de Prefectura impresionaba. Había tres efectivos por cuadra. Y en cada uno de los puentes de acceso controlaban la entrada y salida de autos.
En esos años, con cada complejo de edificios que se inauguraba, se prometía un nuevo shopping de lujo. En realidad no eran más que una concentración de entre siete y ocho locales comerciales que nunca terminaron de arrancar.
Sin embargo, proliferaron quioscos, supermercados chinos y hasta un supermercado de una cadena grande. La feria municipal que se instala los domingos a la mañana en la que se puede adquirir a valores mucho más accesibles frutas, verduras, pescados, carnes, pollos, huevos, pan, frutos secos, quesos y fiambres es un éxito contundente.
Los edificios cuentan con varias comodidades y han visto incrementar el valor del metro cuadrado con el correr de los años. En los modernos y lujosos el precio puede escalar hasta los USD 8.000. Los lugares comunes (amenities) que en un principio eran salones de usos múltiples, alguna parrilla, laundrys y pileta al aire libre se fueron sofisticando con el correr de los años y las nuevas construcciones. Salas de ensayo, gimnasios híper equipados, varias piletas, saunas, salones especiales, lugares de reuniones y hasta verdulerías orgánicas pueden verse dentro de cada edificio.
Las significancias políticas del barrio se tornaron evidentes. Por un lado muchos de los funcionarios de la administración anterior vivieron o adquirieron propiedades en Puerto Madero. Néstor Kirchner instaló sus oficinas en el barrio luego de abandonar la presidencia, Amado Boudou fue detenido en su vivienda y varios ministros prominentes se instalaron como Aníbal y Alberto Fernandez, Randazzo y otros funcionarios de menor rango. Pasó a ser un barrio K en el imaginario popular.
Según el censo anterior viven permanentemente poco más de 12 mil personas. En los últimos años, con las estrenadas torres ese número debe haber crecido sensiblemente. Más de treinta mil personas trabajan diariamente en las oficinas y locales.
De 9 a 18 se hace casi imposible conseguir estacionamiento en la calle; cuando los oficinistas – muchos que trabajan en el Microcentro también dejan su auto en Puerto Madero – regresan a sus hogares, los lugares para estacionar se liberan y se congestionan los puentes. A esa hora las varias plazas y parques se cubren de hombres y mujeres en ropa deportiva que salen a entrenar. Los grupos de running y de entrenamiento proliferaron en las últimas temporadas.
No es el único contacto con el deporte de Puerto Madero. Una vez por año las calles se reconvierten en un circuito de carreras para recibir la Fórmula E. Y varios domingos por mes, bien temprano por la mañana, es la sede de diferentes maratones. Otro nexo con el deporte: son muchos los jugadores de fútbol que viven allí.
En los últimos años se instalaron muchas familias de clase media. Los que tienen hijos chicos viven una paradoja. Por un lado disfrutan de la tranquilidad y de las calles prolijas, de las rampas en cada esquina que permiten transitar con los cochecitos de bebés sin inconvenientes, y de la falta de ruidos y bocinazos. Por el otro sufren la ausencia de jardines de infantes y escuelas.
Los fines de semana con sol y buenas temperaturas el panorama cambia. Y la cantidad de gente que pasea por las calles se amplía notablemente. El movimiento de personas es frenético. Familias enteras transitan el barrio para terminar en la Costanera y disfrutar de los juegos de las diversas plazas, los inflables, la calesita, pasear al sol, recorrer la Reserva Ecológica y, por supuesto, comerse un sandwich de bondiola en los carritos.
El Colegio Nacional Buenos Aires logró resistir la embestida inmobiliaria. Durante años luchó para retener el predio en el que tiene el campo de deportes. En las décadas del 70 y del 80 era una odisea llegar a él. Ahora se encuentra en la zona más cotizada de la ciudad. Las ofertas por esas tierras fueron extraordinarias pero la Universidad de Buenos Aires no se desprendió de ellas y peleó en la justicia para que se le reconociera su titularidad. Una vez que eso sucedió, se llegó a un acuerdo para reacondicionar el predio con modernos gimnasios y otras instalaciones.
Ya no quedan terrenos libres y las últimas edificaciones se están poniendo en pie para darle la forma definitiva a la zona. Algo impensado cuando se lanzó el proyecto.
Hermosas propiedades, algunos negocios de lujo, supermercados chinos, sospechas de corrupción, futbolistas, runners, turistas extranjeros, trabajadores preocupados, familias que pasean, calles en buen estado,grandes torres en construcción, hoteles, grúas que acarrean autos mal estacionados. Y en especial muchas historias de vida en un barrio improbable, al que pocos veían como posible, que ya tiene varias décadas de vida y que llegó para quedarse, para renovar, completar o modificar (según se quiera ver) la fisonomía de la ciudad.
Fuente: Infobae